Tres afamados personajes que, con diferentes participaciones, intervinieron en una historia inverosímil y peculiar que reviste a uno de los robos más importantes de la historia.
En la mañana del
martes 22 de Agosto de 1911, poco después de que el Museo del Louvre abriera
sus puertas, los trabajadores se percataban de un pequeño detalle: La Gioconda
había desaparecido. Si bien el cuadro no tenía la popularidad actual, ya se
consideraba la obra más importante del pintor italiano Leonardo Da Vinci. Por
consiguiente, se trataba de un robo muy significativo, a tal punto que los
periódicos de todo el mundo se hicieron eco de la noticia.
Comenzó entonces
una búsqueda desesperada para recuperar la Mona Lisa. Las puertas del museo se
cerraron (por 9 días en total), se interrogó a más de 200 empleados y se ordenó
inspeccionar todos los barcos que salían del puerto de París. Sin embargo, solo
se encontró el marco de la pintura pero ningún rastro del ladrón.
Después de un mes
de incertidumbre, la policía parisina centró sus sospechas en dos jóvenes
artistas: Pablo Picasso y Guillaume Apollinaire. Ambos formaban parte de un
grupo de amigos vanguardistas, que adherían a las ideas del escritor italiano Filippo
Tommaso Marinetti, que afirmaba que
había que quemar los museos para dar paso al arte actual. Pero eso no fue lo único
que puso a la policía tras el rastro de los artistas. También, ambos fueron
partícipes de un hurto anterior en el museo Louvre.
Unos años antes de
que desaparezca la Gioconda, un amigo de Apollinaire, Joseph Géry Pieretm, robó
dos estatuillas en 1907. El escritor ofreció guardar las piezas robadas en su
taller y luego se las ofreció a su amigo Picasso por la absurda suma de 50
francos. El pintor español las compró para inspirarse en lo que a la postre
sería la célebre obra cubista “Las señoritas de Avignon”.
Al momento del robo
de la pintura de Da Vinci, el pintor cubista aún guardaba las estatuillas y
Pieretm, el ladrón, cometió la indiscreción de ir al periódico para informar
que robó las estatuillas para una banda de amigos vanguardistas, aunque no
mencionó nombres propios.
Luego del hecho, Apollinaire y
Picasso discutieron en varias ocasiones sobre cómo deshacerse de las reliquias. Hasta
se cree que el pintor llegó a sugerir arrojarlas en una maleta al Sena, pero
descartaron la idea por el temor a que ya los siguieran.
Izquierda: Pablo Piccaso; Derecha: Guillaume Apollinaire |
Luego de las dudas,
el escritor italiano se presentó ante la policía y confesó su complicidad en el
robo de las estatuillas, con la intención de liberarse de la acusación mucho
más grave del robo de la Gioconda. Pero al escuchar el testimonio, la policía
parisina consideró que estaban ante una banda internacional de ladrones de
arte. En consecuencia, fue en búsqueda del joven pintor cubista.
Los que conocían a
Picasso destacaban su carácter varonil, su afición al boxeo y su apariencia de
macho alfa. Sin embargo, a la hora de declarar el pintor se quebró en su
testimonio, brindando abundantes confesiones y constantes suplicas para no ser
deportado de París. El interrogatorio llegó a un clímax cuando un oficial trajo
al amigo del artista, Guillaume Apollinaire, para develar su vínculo. Al verlo,
el pintor español rompió en lloriqueos y aseguró efusivo que “jamás había visto
en su vida” al poeta italiano.
A pesar de ambas
declaraciones, la policía parisina no pudo armar un caso sólido para
procesarlos por el robo de las estatuillas y menos aún para implicarlos en el
robo de la Mona Lisa. De todas formas, los artistas quedaron consternados por
el hecho y su relación quedó zanjada.
A pesar de dichos
antecedentes delictivos, los artistas triunfaron en sus respectivos campos y
consolidaron el movimiento cubista como uno de los más importantes en el campo
del arte.
Finalmente casi
medio siglo después, en una entrevista con el cineasta de arte Gilbert
Prouteau, un afamado Picasso, declaró sobre los acontecimientos de 1911. “Al
decir eso (que no conocía al escritor) vi la expresión de Guillaume cambiar. La
sangre bajó de su rostro. Todavía estoy avergonzado…”
¿QUÉ PASÓ CON LA PINTURA?
El cuadro de Da
Vinci fue robado un lunes 21 de Agosto, mientras se hacían trabajos de
mantenimiento en el Louvre. Vicenzo Peruggia, un carpintero italiano que tiempo
atrás había sido empleado del museo, fue el autor material del hecho. Como su
cara ya era conocida por los guardias, ingresó por la entrada principal del
Louvre con el resto de los empleados y encontró una seguridad mucho más
reducida que los días de asistencia de público.
La Mona Lisa no contaba
con la popularidad actual, por eso se ubicaba en el Salón Carré con los demás cuadros
italianos. En el salón, no había ningún guardia al momento del robo. Entonces Peruggia
no tuvo inconvenientes para extraer el cuadro, agazaparse en una escalera para
desarmar el marco y salir con el lienzo en un maletín con una serenidad
imperturbable.
Montaje de Vicenzo Peruggia hurtando la pintura del Salón Carré |
Recién al día
siguiente, cuando un famoso pintor de réplicas buscó la pintura para copiarla,
el personal se enteró del robo. La búsqueda duró más de un año y la fama de la
Mona Lisa iba creciendo en el público. Cuando el museo volvió a abrir sus
puertas, cientos de personas se agolpaban para ver el hueco donde solía estar
el cuadro.
Peruggia nunca fue
interrogado y la policía parisina no tenía pistas de que él era el verdadero
ladrón de la Gioconda. Incluso llegó a salir del país con la pintura en su
poder, para regresarla a Italia.
El error que
cometió Vicenzo Peruggia fue pedir reunirse con el director del Museo de
Florencia, ciudad natal de Da Vinci, para vender La Mona Lisa. Al principio los
directores del museo no creyeron la historia del carpintero pero accedieron a
reunirse y cuando descubrieron que la pintura era real alertaron a la policía.
El cuadro de Da
Vinci volvió al Louvre dos años y ciento once días después del hurto. Por la
celebridad inusitada que ganó la pintura, se dice que “salió como un cuadro y
regresó como un ícono”. Desde entonces se instaló en el salón donde se exhibe
actualmente, detrás de un cristal antibalas, siempre rodeada de espectadores y de
seguridad infranqueable.
Imagen cortesía del diario El País (2014) |
¿UN ARGENTINO LA MENTE MAESTRA DETRÁS DEL ROBO?
El carpintero italiano,
confesó ser el autor del hurto y explicó como robó la pintura de uno de los museos
más importantes del mundo. Cuando la policía le consultó por el móvil del robo,
Peruggia respondió que quería devolver la obra a su país natal, ya que
consideraba que el cuadro del pintor italiano era patrimonio de aquel país y
que Francia la había robado (aunque el país galo había adquirido la pintura de
forma legal en los últimos años de vida de Da Vinci).
Sin embargo, la
policía y la prensa no quedaron satisfechos con las declaraciones de Peruggia.
Rusltó que el relato de un paupérrimo carpintero nacionalista, no concordaba en
nada con el millonario ladrón de arte que estaban imaginando. Tal vez eso fue
lo que llevó a desconfiar de que Peruggia haya actuado solo y buscaron una
mente maestra detrás del robo.
Uno de esos
candidatos para tal puesto fue el marqués argentino Eduardo Valfierno, cuya historia fue
publicada por el periodista estadounidense Karl Decker en 1932. La misma
aseguraba que Valfierno contrató a un imitador para hacer 6 copias de la
Gioconda iguales a la pintura de Da Vinci. Cuando las obtuvo, tentó a Peruggia con
un discurso nacionalista y, con el robo consumado, vendió las copias como si
fueran las originales.
El supuesto marqués argentino, Eduardo Valfierno |
El relato de un millonario argentino, noble, que haciendo gala de toda la viveza criolla, había estafado al mundo entero y había triunfado, no tardó en expandirse. Sin embargo, nadie pudo comprobar la veracidad de los hechos. Nunca aparecieron ninguna de las seis copias vendidas ni los nombres de los estafados, Peruggia jamás mencionó a Valfierno y hasta se duda si existió efectivamente el "marqués".
Pero nada de esto impidió que el mito se impusiera. Porque es indudable que todo el mundo quiere creer que el misterioso marqués fue el responsable del robo de La Gioconda, para enriquecerse con él sin siquiera pisar el Louvre ni posar nunca un dedo sobre la obra de Leonardo.
Más acá en el tiempo, el periodista argentino Martín Caparrós, valiéndose de la popular historia, escribió una
novela con la que ganó el Premio Planeta 2004. Esto demuestra que aunque todo esto sea una ficción para llenar páginas en un periódico, el
periodista yanqui y el marqués argentino brindan un halo de misterio que hace
todavía más interesante al robo más grande de la historia del arte.